El peligro de hacer del pecado un estilo de vida

Autor: Osvaldo Pupillo

«Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a Él mentiroso, y su palabra no está en nosotros» (1 Juan 1:9-10).

En nuestra jornada cristiana, todos somos vulnerables a caer en pecado. Sin embargo, existe una gran diferencia entre cometer un pecado ocasional y convertirlo en un estilo de vida. Cuando pecamos y reconocemos nuestra falta, el Espíritu Santo nos convence y nos guía hacia el arrepentimiento. No obstante, si persistimos en el pecado deliberadamente, comenzamos a endurecer nuestro corazón, silenciando gradualmente la voz de Dios en nuestra conciencia. Esta situación es peligrosa, pues mientras que el pecado individual puede ser perdonado inmediatamente, un estilo de vida pecaminoso construye una muralla entre nosotros y nuestro Padre Celestial, alejándonos de Su presencia transformadora.

El relato de Jonás nos conmueve porque refleja tanto la gravedad de convertir el pecado en hábito como la inmensidad de la misericordia divina.

La Biblia nos presenta un poderoso ejemplo de esta realidad en la historia de Jonás. Este profeta no solo cometió un pecado al desobedecer el llamado de Dios para predicar en Nínive, sino que eligió huir en la dirección opuesta, haciendo de la rebelión un estilo de vida. Su decisión lo llevó progresivamente más lejos de Dios: primero descendió a Jope, luego al barco, después al interior del barco, y finalmente al vientre de un gran pez. Cada paso lo sumergía más profundamente en las consecuencias de su desobediencia. Lo sorprendente es que, incluso en las profundidades del mar, cuando Jonás clamó a Dios desde el vientre del pez, el Señor lo escuchó y le dio una segunda oportunidad. Este relato nos conmueve porque refleja tanto la gravedad de convertir el pecado en hábito como la inmensidad de la misericordia divina.

Reflexionemos honestamente: ¿estamos justificando algún pecado en nuestra vida? Todos hemos caído, pero la pregunta crucial es: ¿nos levantamos arrepentidos o permanecemos cómodamente en nuestra transgresión? La Escritura advierte que el pecado habitual adormece nuestra sensibilidad espiritual hasta que dejamos de escuchar la voz del Espíritu Santo. Esta insensibilidad espiritual es quizás la consecuencia más devastadora, pues nos aleja del Padre y distorsiona nuestra identidad en Cristo. Si hemos pecado, la respuesta no es permanecer caídos, sino levantarnos inmediatamente, confesar y apartarnos decididamente del error.

El arrepentimiento genuino no solo implica reconocer nuestro error, sino también dar media vuelta y avanzar en dirección opuesta.

La buena noticia es que nunca estamos demasiado lejos para que Dios no pueda alcanzarnos. Incluso cuando el pecado se ha convertido en un patrón en nuestra vida, el Señor sigue buscándonos. La diferencia entre cometer un pecado y vivir en pecado se asemeja a la diferencia entre visitar un país extranjero y establecer residencia allí. Dios nos llama a ser peregrinos que, si tropiezan en tierra extraña, rápidamente retornan al camino de justicia. El arrepentimiento genuino no solo implica reconocer nuestro error, sino también dar media vuelta y avanzar en dirección opuesta. Hoy es el día perfecto para romper con cualquier patrón de pecado que amenace con convertirse en nuestro estilo de vida.


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